
El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, publicada originalmente en 1985, es la más reciente novela traducida al español de Murakami. En ella, su autor se aventura, en cierta medida, en los terrenos de la ficción especulativa, aunque más justo sería decir que introduce elementos de ciencia ficción en un mundo muy Murakami, pletórico de referencias a la cultura occidental, de sucesos extraños, de puertas a dimensiones ignotas del ser.
Se alternan dos planos bien identificados: en primer término, el despiadado país de las maravillas, donde el narrador-protagonista trabaja para una compañía oficial, el Sistema, encargada de resguardar información de suma importancia y amenazada siempre por los Semióticos, piratas que buscan robar los datos a toda costa. En el arranque de la novela, nuestro narrador se entrevista con un científico que antes colaboro con el Sistema y que ahora trabaja por su cuenta en experimentos que involucran seres humanos. A raíz de este encuentro, la vida del protagonista quedará signada por el misterio y la amenaza de fuerzas oscuras y poderosas.
El segundo plano está narrado también en primera persona y narra el ingreso del protagonista en un mundo cerrado por altísimas murallas, resguardado por un celador gigante, donde habita gente sin corazón, hace un frío de los mil demonios y los unicornios mueren. Una tierra en la que el narrador será despojado de su sombra y sus recuerdos, obligado a permanecer en ella. Los dos planos se irán comunicando conforme avance el libro. En ese proceso, se tenderán puentes sutiles entre ambos.
Como en los libros de Kafka, la complejidad de esta novela no reside en innovaciones formales o técnicas arduas, sino en los muchos símbolos equívocos que presenta. El lector, sin duda, debe estar alerta y establecer conexiones. Sin embargo, y como ya he adelantado, no hay una sola meta interpretativa: cada lector llegará a un lugar distinto. De cualquier modo, la anécdota misma es perturbadora y atractiva.
Aunque inmersos en mundos fantásticos y extraños, los personajes de ambos planos padecen la pérdida, la soledad, la falta de amor, el vacío existencial, de modo que no es difícil sentir empatía con ellos. Al mismo tiempo que funciona como una novela de misterio, dotada de un ritmo vertiginoso, sobre todo en el plano del despiadado país de las maravillas, la obra es una reflexión sobre el sentido de la vida que trata de desvelar lo inefable, lo que no se sabe pero se intuye, todo aquello que amenaza el orden establecido, los ámbitos conocidos.
Leer a Murakami es perder las certezas y entrar en un mundo de figuras excéntricas y ambiguas que arrebatan el sosiego: quedan los lectores advertidos.
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